El caso es que, como tantas otras noches, no podía dormir, y por alguna razón que aún no entendía, se había levantado de la cama, y como si alguien guiara sus pasos, había subido al altillo y se había sentado en la ventana; y allí estaba, envuelta con una manta, mirando las calles sin vida, como muertas bajo la oscuridad y el frío de la noche, mientras el viento agitaba las hojas de los árboles, mientras la lluvia golpeaba su cristal y todo aquello que encontraba a su paso produciendo ese sonido monótono.

Antes le gustaba ver llover, le tranquilizaba, era como una música que le ayudaba a dormir; ahora ya no. Ahora le producía una tristeza y una melancolía que no sabía explicar hasta dónde llegaban, pero hasta dolía. Pero aunque doliese no podía despegarse de la ventana, no podía alejarse de ese cuadro tan desolador bajo la mirada indiscreta de la luna llena, que iluminaba triste y pálidamente aquel paisaje.
Mientras observaba a través del cristal, le pareció escuchar cómo la lluvia le susurraba algo... Era imposible, aquello no podía ser... Sí, sí. Cada vez el susurro era más claro... ¡No podía creérselo!, ¡ahora lo entendía todo! Aquella imagen, aquella sensación de soledad, era la que tenía él día tras día... Aquella imagen que ahora se desdibujaba por las lágrimas que llenaban sus ojos al entender claramente el mensaje que la lluvia le traía: "Espérame, por favor".